10.000 años de piojos: historia de un bichito que nos acompaña desde siempre

¡Qué difícil resulta librarse de los piojos! Incluso utilizando tratamientos eficaces hay que pasar la lendrera pacientemente para eliminarlos, y revisar regularmente la cabeza de tus hijos por si vuelven a pillarlos en el colegio, o donde sea que vayan.

Y es que estas pequeñas criaturitas son unas expertas en sobrevivir a nuestra costa. Y a costa de miles de otras especies. ¿Qué tal si conocemos algo más en profundidad a este parásito que nos lleva de cabeza curso tras curso?

Los piojos y la adaptación

Los piojos son un orden de insectos conocido como ftirápteros, caracterizados entre otras cosas por no tener alas y por ser parásitos, es decir, que no son capaces de sobrevivir sin un huésped del que comer. Y aquí viene la maravilla: de algún antecesor común provienen más de 3.200 especies de piojos diferentes existentes en la actualidad, cada una de ellas adaptada a vivir específicamente en un animal de sangre caliente, es decir, un mamífero o un ave diferentes. Esto es puro éxito evolutivo.

La mayoría de especies de piojos son “masticadores”, es decir, que se alimentan masticando pelo, pluma o piel. Otras pocas especies, las del suborden anoplura, son “chupadores”, no muerden sino que succionan la sangre. Y algunas pueden ser tan sibaritas con su menú, que no solo son específicas de un animal en concreto, sino que son específicas de una parte de ese animal. Como es el caso del piojo humano, otro gran ejemplo de adaptación evolutiva. ¡Y mira que, como veremos ahora, llevamos desde el alba de los tiempos intentando librarnos de ellos!

El piojo y el humano: evolucionando juntos

Hace seis millones de años, según los últimos estudios sobre el genoma, que los piojos empezaron a adaptarse a las nuevas especies que empezaban a dominar la tierra, especialmente las aves y los mamíferos. Entre ellos, los homínidos. De ahí que, cuando apareciera el primer Homo Sapiens, ya existiera una especie de piojo dispuesta a probar el sabor de su sangre, que pronto evolucionaría al pedículus humanus, el piojo humano. Pero por entonces lo tenían muy fácil, ya que los humanos iban desnudos y tenían un montón de pelo donde agarrarse con libertad. El primer problema serio lo tuvieron hace unos 100.000 años, cuando entre los humanos empezó a ponerse de moda la moda, o sea, el vestirse. Aquello dificultaba el acceso a buena parte de la piel y el pelo. Y conforme el uso de la ropa se fue extendiendo por toda la especie humana, ésta empezó a generar mucho menos pelo en aquellas zonas cubiertas. ¿Cómo se las arregló el piojo? Pues… ¡especializándose! Aparecieron dos subespecies diferentes del piojo humano: el piojo de cabeza, y el de cuerpo, que se desplaza y deja sus liendres en la ropa en vez de en el pelo.

Del piojo de cabeza, que es el que nos interesa, existe evidencia fósil ya desde el 10.000 a.C., en una excavación en Brasil en la que se encontraron restos en una cabeza. Y aparecen por todo el globo: en Egipto e Israel, en Europa… También en cada parte del globo encontramos diferentes intentos de acabar con ellos. En China, hacia el 1200 a.C., utilizaban el expeditivo y casi suicida método de aplicarse en la cabeza mezclas de mercurio y arsénico. Los egipcios, mucho más prácticos, se limitaban a afeitarse cuerpo y cabeza y dejar a los piojos sin agarre. Y en general existe registro arqueológico de lendreras desde hace más de dos mil años.

Con los siglos y el desarrollo cultural, los humanos fuimos abandonando medidas drásticas como el arsénico o el afeitado integral a favor de otras no mucho más seguras, como el keroseno o insecticidas industriales. Desde el siglo I d.C. está documentado también el uso sistemático de plantas y lociones vegetales naturales que ahuyentaban o mataban los piojos. Sin embargo, los piojos siempre han resistido.

Y seguirán resistiendo. Incluso existiendo hoy tratamientos integrales eficaces, como Dexin, el hecho es que somos demasiados humanos y todos somos vulnerables, los piojos siempre encuentran una cabeza en la que sobrevivir y volver a reproducirse.

Lo único que podemos hacer es asumir el riesgo con normalidad y sin prejuicios, estar atentos… y el día que aparezca un solo piojo por casa, ¡actuar sin demora y sin piedad!

21 Mar, 2018

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